Definir a María Elena Pombo según una profesión es imposible. El arte a través de múltiples expresiones, brota de sus ideas de manera incesante y se hace sustentable, con un profundo amor y respeto por la naturaleza y sus procesos. Con la certeza de que el respeto de los ritmos naturales brinda siempre los mejores frutos.
Ingeniería de producción, diseño de modas, formación en filosofía e idiomas, pasantías en París y Nueva York, una carrera que inició con Michael Kors, una madre arquitecta, viajes alrededor de Venezuela, la inspiración del Slow Food Movement y su consciencia de la naturaleza, hacen de María Elena un cóctel que sabe a aguacate pero que se manifiesta en diversas formas de arte y sustentabilidad.
Sobre sus experiencias, su visión de un futuro sustentable y su particular experimento con las semillas de aguacate como material de construcción versa esta interesante entrevista exclusiva para Inspiring Good Living.
Un mar de conocimientos
Sobre su formación, María Elena Pombo honra el eclecticismo de sus estudios como ingeniero, que quizás explican la profundidad de sus ideas. “Tengo una formación bastante particular. Estudié Ingeniería de Producción en la Universidad Simón Bolívar en Venezuela (con un semestre en el Instituto Nacional de Ciencias Aplicadas de Lyon en Francia) y luego de graduarme, me vine a Nueva York a estudiar Diseño de Modas en Parsons School of Design.
Ingeniería de producción es una carrera bastante ecléctica que incluye matemáticas, física, química, robótica, sistemas electrónicos, programación, mecánica de materiales, microeconomía, procesos de fabricación, estudios de distintos materiales, cálculo de estructuras, estudios medioambientales, etc. Un océano de conocimientos de 1cm de profundidad, dicen los haters (y no mienten, pero se equivocan al decirlo despectivamente). En la Universidad Simón Bolívar, hay una visión de generar ingenieros humanísticos y entonces hay una amplia oferta de asignaturas de estudios liberales. Fue una de las razones por las cuales elegí esa universidad, las clases que más me marcaron fueron: “Filosofía del Pensamiento Totalitarista”, “Dios y la Filosofía”, “El Che Guevara Ídolo Pop”, “La Guerra de los Idiomas”.
En cuanto a su experiencia laboral, como la transición de la ciencia a las artes, desde la ingeniería al diseño, la historia, en sus propias palabras sigue siendo elocuente.
“Cuando estudié ingeniería hice primero una pasantía en una empresa de proyectos en Venezuela, haciendo los cálculos del coste de construir una caseta de vigilancia. Luego cuando estaba en mi último año de carrera, hice una pasantía en París en una empresa que manufactura cables. Durante esa última pasantía tuve una crisis existencial y me replanteé que quería hacer con mi vida y en ese momento hice un plan para mudarme a Nueva York luego de graduarme de ingeniero.
En Parsons estudié durante dos años muy intensos, en los cuales hice también muchas pasantías con diseñadores de moda emergentes y en mi último semestre en Michael Kors, donde tuve mi primer trabajo, lo siguiente una empresa más pequeña de ropa de hombres y finalmente, una empresa de ropa de deporte”.
El cultivo de fragmentario
Sobre el inicio de Fragmentario, el proyecto personal que comenzó en su etapa de diseñadora de modas, la evolución fue tal, que le exigió una dedicación exclusiva, aún sin tener claro el camino que esto significaría. “Mientras estaba en ese último trabajo comencé Fragmentario, como un proyecto personal. Luego de seis meses me di cuenta de que iba a tener que elegir un camino, ser diseñadora de modas o dedicarme a Fragmentario. Elegí la segunda opción, sin saber muy bien que implicaría. El principal pilar de este proyecto es reevaluar nuestra relación con el tiempo, algo que me inquieta mucho, a nivel personal. El Slow Food Movement fue una inspiración importante y quería re-imaginarme cómo llevar esta mentalidad a otros ámbitos. Los textiles y las plantas tintóreas sirvieron como un punto de entrada democrático: todo el mundo sabe qué es un aguacate, una cebolla. El salto al ámbito arquitectónico fue por casualidad, por tener exceso de semillas de aguacate y buscar qué hacer con ellas”.
Para María Elena la búsqueda de la auto sustentabilidad es inspiradora y forma parte importante de su trabajo cotidiano: “Busco que mi trabajo sea lo más autosustentable posible, sin caer en ideas luditas. Hay muchos pasos de mi trabajo que para un ojo externo no tienen mucho sentido. Lavar y triturar cientos de aguacates regularmente, por ejemplo, cuando podría comprar el polvo de aguacate y ahorrarme muchísimo tiempo. Pero el hacer yo mi propio polvo me ha enseñado mucho sobre el comportamiento del material y me ha hecho reflexionar sobre procesos geológicos: como se forman las piedras, como se forma la arena, procesos de erosión. Me ayuda a pensar”.
De la semilla del aguacate al ladrillo
La historia está llena de genialidades en los que la casualidad es protagonista. En este caso, la nostalgia y la conveniencia se suman a la mezcla. “En 2013, mi esposo me pidió ayuda en un proyecto que involucraba textiles. Él quería utilizar algodón orgánico. La oferta de colores que conseguimos era limitada y él me comentó que las cáscaras de nueces, la piel de cebolla y la semilla de aguacate eran fuentes de color que podíamos usar para teñir los tejidos. Poco a poco empezamos a investigar y a experimentar.
De esos tres personajes, el que me dio más curiosidad era la semilla de aguacate. Un tema de nostalgia de Venezuela y una excusa para explorarme a mí y a mis afectos. Comencé a guardar las semillas de mi uso cotidiano, luego amigos empezaron a guardar los suyos y luego empecé a colaborar con restaurantes. Al tener más oferta del material, pasé a ser más valiente al momento de experimentar: por mi cuenta puedo llegar a tener 100 semillas en un año, mientras que un restaurante me puede dar 100 semillas al día.
El aguacate tiene un valor sentimental para mí, pero también se dio la situación de que vivo en un lugar donde hay una gran oferta de un material de desecho del mismo. Si viviera en otro contexto (al campo, o a una ciudad donde no se consuma a este nivel), tendría que explorar un material nuevo”.
El uso de la semilla de aguacate como materia prima para la construcción, resulta una solución innovadora que, aunque aún está en una fase experimental, podría ser la respuesta a una forma de construcción más respetuosa del medio ambiente.
“El proceso es en este momento a nivel artesanal. Los ladrillos los hago en mi estudio con semillas que me dan restaurantes en Nueva York. Hago entre 2-3 visitas por semana. Depende del restaurante me pueden dar entre 50 o 300 semillas en cada visita. En mi estudio las lavo y las pongo a secar al aire libre, luego las trituro con una licuadora hasta conseguir un polvo bastante fino. Eso me toma como 3 semanas. Los ladrillos son básicamente rocas artificiales. Otro ejemplo más de las muchas veces que los humanos nos copiamos de la naturaleza. Hay tres tipos de rocas: ígneas, sedimentarias y metamórficas. He tratado de replicar (de forma acelerada) cada uno de estos procesos, utilizando el polvo de aguacate como base. Mi imitación más apropiada ha sido la del proceso de las rocas sedimentarias, las que se forman con la acumulación de pequeñas partículas, añadiendo un alga que funciona como aglutinador y otras sustancias que complementan las propiedades de las semillas de aguacates (conchas de ostras de un restaurante francés, arena que dejan en mi edificio luego de terminar obras, etc.). Seco los ladrillos al aire libre. Tardan aproximadamente 4 semanas en secarse por completo. En este momento puedo hacer máximo 100 al día de una manera que no es sostenible para mí misma. He mapeado maneras de optimizar el proceso, pero no estoy segura si ese es mi camino o permanecer en una escala pequeña de investigación.”
Un futuro verde
El uso de la semilla de aguacate y otros en su práctica profesional y artística, revela por supuesto la preocupación de Pombo por el futuro del planeta y la necesidad de tomar acciones en pro de prácticas más amables para el ambiente.
“En el diseño arquitectónico en concreto, algo que me preocupa mucho, sobre todo porque esta conversación no la veo fuera de círculos especializados, es el hecho de que nos estamos quedando sin arena. Es importante entonces buscar materiales alternativos, que se puedan usar en conjunto con la arena, o como reemplazo a ella. Especialmente materiales de desecho como el polvo de semilla de aguacate, o también polvo de conchas de mar, el cual es usado como fertilizante. También creo que podríamos replantearnos utilizar estructuras ya existentes. En Japón, España e Italia, por ejemplo, hay una gran cantidad de viviendas abandonadas en zonas rurales (muchas veces aldeas enteras) que los gobiernos están tratando de repoblar. En China se calcula que hay 50 millones de apartamentos vacíos (22% de las viviendas en el país). ¿Podemos imaginar estas estructuras como un equivalente arquitectónico de la ropa vintage? Creo que además de buscar materiales alternativos, hay espacio de replantearse el uso de esas estructuras ya existentes y llevarlas al futuro”.
Pero el desarrollo de alternativas ecológicas en la construcción no sólo beneficiaría al ambiente. Ella también lo propone como una alternativa para el rescate de una economía -en este caso, la venezolana- marcada por la explotación sin límites de recursos no renovables que no sólo se agotan en existencia, sino que se hacen cada día más obsoletos.
Sobre esta propuesta versa su participación en la Bienal de Diseño de Londres, que debido al Covid-19 ha sido pospuesta para el 2021. “Participo representando a Venezuela, de manera independiente, a través de Fragmentario. El tema de la edición es “Resonancia”, los efectos de nuestras acciones, materiales e inmateriales. En este caso, propongo observar cómo resuenan tres eventos: el elevado consumo de aguacates a nivel global, la mono-economía venezolana en torno al petróleo, el éxodo venezolano de los últimos años.
En los 100 años de la Venezuela petrolera no hemos diversificado de una manera seria nuestra economía más allá del oro negro. Esta dependencia ha tenido consecuencias catastróficas a nivel social, cultural, económico. Hemos tenido etapas de bonanza de despilfarro, seguidas por etapas como la actual. No quiero negar los avances que logramos como país gracias a la renta petrolera, pero sí creo que es momento de reimaginar un futuro en que no dependamos de ella. Sobre todo, en el contexto de la diáspora me parece imperativo pensar en un futuro donde sea posible una reentrada para esos más de 5 millones de venezolanos (y sus descendientes).
Planteo una economía circular y de innovación, este primer paso a base de semillas de aguacate, un material que tenemos en gran cantidad en Venezuela. No como un destino final, sino como uno de los caminos hacia un futuro posible”.
Los frutos de la pandemia
El estudio de Fragmentario está localizado en Nueva York, una de las ciudades más golpeadas en el mundo por la pandemia. Cuando toda la pesadilla comenzó, María Elena estaba preparando su participación en la Bienal de Londres, por lo que de alguna manera, ya estaba viviendo en un confinamiento, pero por razones laborales. Imbuida en su proceso creativo, la pandemia la obligó a modernizarse y cambiar algunos métodos para no parar.
“Cuando empezó la pandemia estaba a mitad de camino de un proyecto de hacer 2022 ladrillos de semillas de aguacate para el London Design Biennale. Yo me imaginé que el evento iba a ser pospuesto, pero decidí seguir con mi meta de llegar a ese número (2021+1) antes de junio. Cuando estaba por terminar, los organizadores anunciaron que el evento quedaba pospuesto para el 2021.
Terminar los ladrillos durante la pandemia fue complicado, porque mi suministro de semillas de aguacate bajó, ya que los restaurantes con quienes colaboro cerraron o tuvieron menos movimiento. Para los últimos 100 tuve que comprar polvo de aguacate que se consigue en proveedores de alimentos. La pandemia me obligó a modernizarme”.