El COVID-19 ha marcado la vida de todos y ha puesto frente a los arquitectos un nuevo reto: los edificios antivirus. Pero ¿cómo sería un edificio así? ¿Qué debería en teoría tener y no tener un lugar para estar, teóricamente, libre de cualquier virus que pudieran afectar a sus visitantes o habitantes?
Todas estas interrogantes se las están haciendo cientos, miles de arquitectos en todo el mundo. La buena noticia es que muchos ya han llegado a interesantes conclusiones.
Recientemente en el prestigioso portal Dezeen, Paul Flowers, director de diseño de la marca de tecnología del agua LIXIL, comentaba la gran demanda que en la actualidad tienen los productos sin contacto. Inodoros, grifos, puertas y elevadores están entre los más buscados por los arquitectos preocupados por la propagación del coronavirus en sus edificios y proyectos.
La hipótesis manejada es que los aparatos de áreas comunes controlados a través de sensores significaría que potencialmente se pudieran crear edificios sin contacto, y por ende, construcciones más seguras o libres de los virus que pueden sobrevivir en las superficies. ¿Pero de donde sale tanto temor al contacto físico con las cosas?
Pues bien, según dice Dezeen el miedo no es gratuito, ya que un estudio reciente del New England Journal of Medicine encontró que las partículas de coronavirus pueden sobrevivir hasta tres días en acero inoxidable y plástico, hasta 24 horas en cartón y alrededor de cuatro horas en cobre. Esto por supuesto encendió las alarmas y dirigió el foco de los arquitectos, diseñadores y constructores hacia soluciones tecnológicas capaces eliminar por completo la necesidad de interacción física.
El futuro ve al pasado
No obstante, esto de que una pandemia afecte la visión arquitectónica no es nada nuevo. Rami el Samahy, director de la firma de arquitectura y diseño de Boston OverUnder y profesor adjunto en la Escuela de Arquitectura y Planificación del MIT, recordaba en una entrevista con la Revista AD que la renovación de Haussmann del París de 1800 y la infraestructura reconfigurada de Londres se sucedieron a raíz de la epidemia de cólera de 1954 y que la reacción del Nueva York del siglo XIX se gestó en respuesta a las condiciones miserables de las viviendas.
Sumando a lo anterior, afirma la arquitecta española Beatriz Colomina, en su libro X-Ray Architecture, que las enfermedades y los avances en el diseño arquitectónico de las ciudades han ido históricamente de la mano. «La arquitectura moderna tiene más que ver con la defensa de la salud que con cualquier otra cosa», dice al tiempo que explica que, a principios del siglo XX se tomaron más ideas de médicos y enfermeras que de la teoría de la arquitectura, en particular se inspiraron en el diseño de los sanatorios para tuberculosos.
Lo cierto es que las primeras leyes urbanísticas nacieron en el siglo XIX durante la Revolución Industrial como una manera de controlar las enfermedades infecciosas de ese momento. De hecho, Carlos F. Lahoz, profesor de urbanismo de la CEU San Pablo de Madrid, aclaró a Euronews que el interés de los arquitectos por aumentar el tamaño de las casas; el hacerlas más ventiladas o luminosas empezó gracias al miedo a la pandemia, a la tuberculosis y a otras enfermedades similares.
Terror, la madre del cambio
Visto de este modo, el miedo al coronavirus movilizará cambios que no nos esperábamos. La mayor parte de estos, según predicen los conocedores, los veremos en los espacios públicos que en adelante se inclinarán hacia la automatización para buscar mitigar la posible propagación del contagio. Por fortuna, los constructores y diseñadores actuales cuentan con el acelerado desarrollo que las tecnologías del control por sensores y voz han vivido en los últimos años.
Así pues, pensar en un futuro muy próximo lleno de puertas automáticas, ascensores activados por voz; entrada de habitación de hotel controladas por smartphones; interruptores manos libres; etiquetas automáticas para maletas y check-in y seguridad avanzada en aeropuertos, no es para nada descabellado. No obstante, Dan Meis, arquitecto responsable del diseño de instalaciones deportivas y de entretenimiento como el Staples Center en Los Ángeles y el T-Mobile Park de Seattle, dice es muy posible que veamos muy pronto en los sitios públicos aparatos de control de temperatura, los cuales serán tan comunes como lo son hoy los detectores de metales.
Mayor uso de superficies antibacterianas y desarrollo de materiales en esa sintonía es parte de lo que Craig Scully, socio e ingeniero jefe de la firma de diseño colaborativo Fort Wayne, Indiana, avizora en los años por venir. Baños sin puertas e inodoros autolimpiantes serán asimismo la norma en espacios públicos y hoteles para asegurarse de no ser medio de cultivo de virus y bacterias, señalan desde ya algunos especialistas.
Como verá a la vuelta de la esquina está la construcción de edificios cada vez más inteligentes en los que la tecnología RIFD sea una constante y no una rareza. Es posible que para ese entonces las maquinitas dispensadoras de antibacterial serán parte de la historia reciente, y si bien lo de la continuidad en el uso de las máscaras aún está por verse, lo que sí es seguro es que “ábrete sésamo”, dejará de ser una palabra mágica para ser una clave común en las edificaciones del futuro.