Cuando Zaha Hadid falleció, en marzo de este año, la prensa mundial reseñó su muerte con justificado pesar. Se había ido una estrella de la arquitectura mundial, que igualmente marcó el mundo del diseño. Como la primera mujer en ganar el prestigioso premio Pritzker (2004), dejó huellas sólidas de temple deconstructivista a lo largo de una vida que podría parecer una carrera de obstáculos.
Se planteó construir un ideario y levantar edificios emblemáticos en su patria adoptiva: el Reino Unido. Como mujer musulmana no le fue fácil, pero al final sus propuestas sobreviven allí y en diversos puntos del planeta. El Centro de Arte Contemporáneo Rosenthal (Cincinnati, 2003), El Museo Nacional de Arte del Siglo XXI (Roma, 2009), El Centro Acuático de Londres, construído para los juegos olímpicos de 2012, El Guangzhou Opera House (China, 2010) y el Centro Cultural Heydar Aliyev (Azerbaiyán, 2013) son algunas de sus obras más emblemáticas.
Habiendo entendido que con ella la exigencia era mayor y que en un mundo de hombres la observaban con lupa, nunca dudó en arriesgar más en su afán de romper paradigmas de la arquitectura, tratar de convertir los edificios en paisaje o repensar los límites físicos de las construcciones. Además, aplicó su talento creativo al diseño de joyas, muebles zapatos, bolsos, barcos o a la ropa con la que vestía.
Sus propuestas parecían querer reinventar el mundo, una ambición que sin duda el gremio no imaginaba cuando en 1994, gracias al dueño de la empresa alemana de mobiliario Vitra, tuvo la oportunidad de levantar su primer edificio: la estación de bomberos de esta fábrica. Una década después, con el Pritzker entre las manos, su nombre ya no pasaría desapercibido.
Definida por expertos como una de las carreras más fructíferas y, sin duda, la más notable en manos de una mujer, la de Hadid suma otros reconocimientos como el Mies van der Rohe (2003) y el Praemium Imperiale (2009).
Una de sus últimas entrevistas, con Alain Elkann del The Huffington Post, recoge anécdotas y puntos de vista que permiten entender el perfil de esta arquitecta, quien también ha dejado como legado obras no construidas de invaluable aportación artística.
Sobre su rol como profesora, dando clases en el Instituto de Arquitectura de Viena:
No creo que se pueda enseñar arquitectura. Tú solo puedes inspirar a la gente.
Sobre su “negociación” para unirse a la Oficina Metropolitana de Arquitectura (OMA) en 1977:
Diplomacia. No es mi mayor talento. No exagero. Recuerdo cuando Rem Koolhass me pidió unirme al OMA. Le dije: “Sólo como socia. Y lo digo en serio. Yo ya terminé la universidad”. Ellos aclararon: Siempre y cuando seas una socia obediente. A lo que contesté: “No voy a ser una socia obediente”. Y ese fue en final de mi membresía.
Sobre su búsqueda de un nuevo estilo arquitectónico en los años 70, cuando la profesión “todavía estaba dominada por el dogma del modernismo”:
Las alternativas eran historicismo, post-modernismo y neo-racionalismo. Pensé que debía haber otra alternativa, así que empecé a completar mi proyecto modernista, sin saber que en ese esfuerzo descubriría otras cosas.
Sobre la planificación urbana:
Las ciudades deberían invertir en una buena organización espacial que tenga más impacto que el de simplemente hacer un edificio terrible y barato, de los que ves muchos.
Sobre el momento arquitectónico:
Los últimos diez o quince años han sido un gran período. Siempre soy cautelosa porque pienso que los pragmáticos, los conservadores están al acecho, alrededor del escenario, dispuestos a saltar en cualquier momento y echar por tierra cualquier cosa interesante.
Sobre el ejercicio de la arquitectura:
No tengo frustraciones. Si quieres una vida fácil no seas arquitecto. Pregúntale a cualquiera en mi oficina. Tienes que trabajar todo el tiempo. Si quieres un empleo de 9 a 5 para luego irte a casa a relajarte, haz otra cosa.