Neuroarquitectura o cómo diseñar espacios que emocionen

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La neurociencia nos ha permitido entender cómo ciertos estímulos provocan una determinada respuesta en las personas. La forma en que nuestro cerebro procesa toda la información que recibe y cómo se transforma en sensaciones y sentimientos, forman actitudes que nos han dado la llave para crear desde productos hasta las campañas publicitarias más exitosas.

Pero, si bien, el marketing y la publicidad se han fusionado con esta disciplina utilizándola al máximo, la neurociencia ha demostrado su utilidad en otras áreas. Y es que entender cómo funciona el cerebro puede llevarnos a comprender mejor nuestro entorno y a crear ambientes que nos beneficien y ayuden a sacar el máximo provecho.

¿Alguna vez te has preguntado por qué rechazamos los hospitales o por qué reverenciamos los lugares sagrados? Más allá de la evidente respuesta de lo que sucede en ambos sitios, la estructura, decoración y diseño de estos lugares generan en nosotros una respuesta emocional.

Hablamos del blanco del hospital y sentimos soledad. Es un ambiente impersonal. Vemos la majestuosidad de una iglesia y nos sentimos impresionados. Sentimos pertenencia. Pensamos en nuestro hogar y nos viene la imagen de un lugar en específico dentro de nuestra casa, en el cual estamos seguros y cómodos.

El ejemplo que Sheldon Cooper dio

Por años vimos en uno de los sitcom más exitosos de Estados Unidos, The Big Bang Theory, como Sheldon no dejaba que nadie se sentara en su puesto en el sofá. Según el personaje, este era el sitio que mejor ventilación, luz y visibilidad tenía en todo el mueble. Sin embargo, esa reacción que tanta risa nos causó, tiene su explicación lógica.

En su mayoría, los espacios están diseñados para atender criterios como funcionalidad, seguridad, resistencia de materiales, limpieza, mantenimiento y durabilidad de las estructuras; todo ajustado a un presupuesto y respondiendo a una estética visual.

 

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Lo que el cerebro le dice a la arquitectura

La neuroarquitectura busca entender cómo podemos mejorar este conjunto de cosas para crear ambientes que afecten a nuestro cerebro de una manera y, en consecuencia, afecten nuestro estado emocional y nuestro comportamiento. La arquitectura debe diseñar experiencias.

Un ejemplo muy interesante nos lo da el arquitecto sueco Roger Ulrich. Él pudo demostrar en una investigación realizada en 1980, que los pacientes se recuperaban más rápido después de una cirugía, si su habitación contaba con una hermosa vista. De hecho, si tu trabajo conlleva demasiado estrés o te genera ansiedad, una forma de tener el efecto contrario es con una ventana que mire a un parque o a un lugar de mucha vegetación. Si esto no es posible, puedes lograr este efecto con plantas que decoren tu oficina.

Si tu trabajo es creativo o artístico, las paredes altas y la buena iluminación te ayudarán a que fluya tu imaginación. Por el contrario, si tienes un trabajo administrativo que requiera de mucha concentración o sea rutinario, los techos bajos y los espacios reducidos te ayudarán a concentrarte.

Parece sencillo, pero la neuroarquitectura es un poco más compleja que esto. Se trata de que los arquitectos entiendan a las personas que hacen vida en la estructura. Comprendan qué deben lograr con éstas y cuál es el aporte que ellos deben hacer (construcción, distribución de los espacios, luz, colores, etc.) para que se cree el estado mental deseado.

Así pues, la neurociencia aplicada a la arquitectura puede influir en las personas sin que ellas se den cuenta. Esta técnica, conocida como «priming», consiste en introducir un estímulo que tiene un efecto en el comportamiento posterior de las personas, incluso si ellas no recuerdan el estímulo en primer lugar.

La neurociencia ha establecido que podemos dividir el cerebro en dos sistemas: pensamiento rápido y pensamiento lento. El pensamiento rápido está por debajo del nivel consciente y es responsable de controlar y supervisar las funciones que mantienen el cuerpo. El pensamiento lento es consciente, sistemático, explícito analítico y reflexivo.

Ambos sistemas se complementan para que podamos funcionar. Lo interesante es saber que respondemos más de manera emotiva que de manera racional. Y el reto para los arquitectos, es integrar este conocimiento para diseñar espacios que nos emocionen y nos estimulen.

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